Corazón de animal 2


Hace ya dos meses que vivo a la intemperie. Deambulo de acá para allá sin un rumbo fijo. Cada paso que doy incrementa mi incertidumbre sobre si será más o menos correcto que el anterior, si me acercaré a un cambio positivo o negativo, si reduciré la distancia hacia una vida mejor o peor.

Hace ya dos meses que no me alimento bien. Apenas sacio mi sed y mucho menos mi hambre. Cada vez es más complicado encontrar algo que llevarme a la boca, en mejor o peor estado. Cada vez es más improbable que alguien me ofrezca algo comestible. Me siento cada vez más débil.

Hace ya dos meses que no soy feliz. Antes tenía a mis seres queridos dándome calor, cariño, comprensión. Ahora sólo tengo rechazo, desprecio, miradas intimidantes. Me mantengo a una distancia prudente del mundo pues no es grato leer el odio en las miradas de las personas con quienes me cruzo.

Hace ya dos meses que no he dejado de buscar. Desde aquel día en el que parecía ser uno más de diversión con ellos. Donde pensaba que estaríamos jugando sin parar, disfrutando de una mañana de sol en la montaña, como cualquier otro domingo. Libre. Querido. Feliz. Aquel día en que los vi por última vez alejarse de mí. Aquel día donde corría  y corría sin aliento para alcanzarlos, donde ladraba como nunca jamás lo había hecho. Aquel día en que la parte trasera del coche desapareció de mi vista. Desde entonces no he parado de buscarlos. Día tras día. Noche tras noche. Pensaba que la travesía sería corta y fácil, pero perdí el rastro y no he encontrado el camino de regreso. No he podido verlos de nuevo.

Hace dos minutos que tuve la última esperanza. Volví a ver los mismos ojos de luz grandes, enfocándome desde la lejanía. Aquellos luceros luminosos se acercaban cada vez más, me deslumbraban. Mi cuerpo estaba tan cansado que no era capaz de dar un paso más. ¿Serían ellos otra vez? Estaba seguro de que sí. Estaba convencido de que sí. Ansiaba creer que sí. Soñaba con que pararían a un par de metros de mí, que vendrían corriendo a recogerme, que me envolverían entre sus brazos. Me volverían a dar calor, comida y amor.

Hace un minuto que no me puedo mover. Ese coche no se detuvo, ni antes ni después. Con mucho esfuerzo pude contemplar aquel maletero alejándose como si de un “dejavú” se tratara. Pero era otro vehículo. Otra vez la misma escena. Otra vez la sensación de abandono. Solo que esta vez yo ya no corría, yo ya no ladraba, yo ya no me esforzaba en intentar alcanzar nada. Simplemente estaba allí tirado en el asfalto, inmóvil, oyendo los latidos de mi corazón cada vez más débiles. Asumiendo que no les volvería a ver.

Hace 10 segundos que siento pena por ellos. Porque no me pudieron localizar. Porque cuando lo hagan será tarde y llorarán por no haberlo hecho antes. Porque seguro que ellos me siguen anhelando como yo a ellos. Aquel día se olvidaron de mí. Ellos no deseaban hacerlo. Lo creo así. Fue un despiste, no pudo haber sido otra cosa. Seguro que al poco tiempo volvieron por mí. Si yo no me hubiese movido de allí. Si me hubiese quedado esperando. Estoy convencido de que habrán estado muy tristes de no encontrarme y no habrán dejado de buscarme. Pero el campo es muy grande. Las ciudades son muy grandes. El mundo es muy grande. Hemos tenido mala fortuna de no cruzarnos de nuevo.

Ahora cierro los ojos, es mi último suspiro. No puedo odiarles, les tengo amor como el primer día, seguro que ellos a mí también. No ha sido su culpa, no tengo nada que reprocharles ni perdonarles. Sé que no lo hicieron conscientemente porque yo no lo hubiera hecho, yo nunca los hubiera abandonado y ellos tampoco a mí. Me querían, les quería… les quiero.

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