Cierro los ojos a una nueva noche con más dolor que la anterior, pero sin conciliar sueño alguno, sólo pliego mis párpados para evitar ver la tragedia, la ansiedad, la soledad. Realmente no hay una gran diferencia entre el día y la noche, el contraste cada vez es menor. Vivo y muero a cada instante, pestañeo a cada instante. Son simples guiños que articulo con la ilusión puesta en que en alguno de ellos consiga arrastrar y purgar esas motas de maldad y pesar, las cuales, intentando autoconvencerme, están ahí y codicio expulsar en algún amanecer volviendo a entrar el esplendor de una nueva Era, una conducta gobernada por la comprensión y la atención mutua.
Antes todo era distinto. Desde el día en que los vi nacer procuré ser la mejor madre posible, luché para que no les faltara alimento, para que siempre pudieran saciar su sed. Desde el principio, cuando aún sus diminutos ojos permanecían cerrados y ya exigían continuos cuidados, no hice otra cosa que mover cielo, tierra e incluso aire si era necesario, para satisfacer todas sus necesidades, para impedir que, por algún descuido, enfermasen más de lo naturalmente establecido. Me entusiasmé cuando chapurrearon sus primeros balbuceos, cuando pronunciaron “papá” lo sentí como si esa palabra fuera dirigida a mí, cuando pronunciaron “mamá” también.
Viví su crecimiento bajo mi absoluta supervisión, evitando que a esas criaturas nacidas de mi ser les ocurriese cualquier infeliz accidente. Eran mis pequeños, mis dulces niños, sólo podía desearles felicidad. Cada día me esforzaba en inculcarles buenos valores morales hacia las personas, hacia los animales, hacia la naturaleza. “Sembrad y recogeréis”, “ofreced y recibiréis”, “respetad y seréis respetados”. Esas iniciales primaveras en su desarrollo fueron las más fáciles de conducir. Confiaban ciegamente en mí sabiendo que yo nunca les defraudaría y que eternamente estaría dispuesta a darles cuanto necesitaran. Fueron creciendo y al alcanzar la pubertad comenzaron sus, cada vez más, inquietudes, ya no se conformaban con lo que les enseñaba, ya lo cuestionaba, lo juzgaban, recelaban de todo y en su rebeldía creían conocer más verdad que la mostrada. En esa época no tenía sentido contradecirles, lo mejor que podía hacer, al menos eso creía al parecer equivocadamente, era entregarles alternativas, pistas para que ellos entendieran las cosas tal y como yo las consideraba más correctas. Me encomendaba a la idea de que en un momento avanzado así lo recordarían, me lo agradecerían, y aprenderían a cuidar de mí al menos la mitad de como yo lo hice por ellos.
Poco a poco fui percibiendo un mayor distanciamiento pensando que, seguramente, era normal, era Ley de Vida. Comprendía que necesitaban su espacio privado, que lo que hacían no era con maldad, teniendo en mente en cada momento un bien común, un bien presente y futuro. Me equivoqué. No lo vi venir, o no quise verlo. Tal vez pude haberlo detenido, haberlo desviado, tal vez mi amor por ellos me cegó de tal modo que no me permitió determinar en lo que acontecería tiempo después, tiempo actual en el que ya sólo puedo esperar, aguantar como mejor o peor pueda y dejarme llevar resignada hasta mi agónico desenlace, sola, aislada, abandonada.
Siento un vacío tan inmenso que difícilmente puedo llorar, que los antes ríos de lágrimas se han convertido en simples arroyuelos que esquivan mi piel quemada, seca y agrietada, a la cual apenas le queda cabellera ni ligero vello que cubra las zonas más delicadas de su contorno, pelaje arrancado de raíz por rabia o calcinado por la sinrazón. A mis pulmones les cuesta respirar de tanto desprecio inhalado, cada vez me irritan más los rayos del Sol, el mismo que antaño enriquecía mi propia esencia con solo sentir su cálido tacto, ahora me hiere, me lastima, me deteriora. Mi cuerpo se ha ido cubriendo de cicatrices, algunas llegaría a considerar justificadas, otras menos y que no son más que duros y secos senderos atezados que conectan las pocas zonas vivas que continúan resistiendo a mi desgaste.
¿Por qué se comportan así? Yo que se lo he dado todo, les di la savia para nacer, la luz para guiarse, el aire para respirar, los pasos sobre los que caminar, y ésta es la recompensa que obtengo.
Me apena profundamente no haberles inculcado con suficiencia su papel en mi vida, haciéndoles entender que ellos no son los únicos a los que prestar la atención, que son sólo una fracción de todos mis hijos, y que no es sólo el daño que me hacen a mí, es el que le están haciendo a sus hermanos. Cada planta, cada árbol, cada animal, cada río, cada mar, cada pizca de tierra, cada átomo de oxígeno. Todos, absolutamente todos sufren las consecuencias de sus acciones, de sus excentricidades, de su falta de respeto, de su inconsciencia, de su imprudencia, de su carencia de ética, de su inmoralidad, de sus corazones negros, de sus mentes corruptas y ansiosas de riqueza y poder sin escrúpulos. Siento que se me acaba el tiempo, pero no estoy tan afligida por mí como por el resto de criaturas y seres que cobijo bajo mi deteriorada protección, pues todos morirán conmigo sin haber tenido nada que ver, sin ni siquiera ser capaces de defenderse de tan despiadada situación, sin una mínima opción de permitirles cambiar o luchar. Consternada porque ni mis devastadores retoños entienden que ellos mismos se quedarán vacíos, que no habrá un futuro para quienes están llegando, novicios e ignorantes del estado actual en que se encuentra su Madre Naturaleza y que no verán prosperar.
Quizás sea ingenua, quizás me apoye en la Fe, en mi propia Fe, quizás toda mi esperanza se base únicamente en el fervor deseo de que mi sueño se torne realidad y los humanos, mis creaciones más indomables, den un giro en sus corazones y me ayuden a reconstruir todo aquello que han destruido, porque sin su ayuda jamás lo conseguiré, sin mi ayuda jamás lo conseguirán.
Sólo por si acaso aún no es demasiado tarde y levantan sutilmente las vendas que cubren sus ojos, si retiran los tapones que bloquean sus oídos, si se dignan a girar su mirada una última vez, si aún me recuerdan lo más mínimo, me gustaría dedicar mi último aliento en preguntarles: ¿Vais a permitirme morir? ¿Vais a dejar perecer de esta forma a vuestra Madre, a la Madre de todos, a la Madre de todo?
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Madre olvidada por José Luis Parra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribució-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me ha gustado mucho tu relato y me ha arañado el alma. ¡Que sensibilidad! que bonita manera de describir sentimientos. Un abrazo Jose Luis
Gracias romy. Me alegra mucho leerte decir eso. Este año escribiré más cosas a ver qué sale 🙂
Hermoso y triste a la vez. Aunque… bueno, conociendo la historia geológica del planeta, yo creo que más bien la Madre Naturaleza se hartará de aguantarnos y nos sepultará bajo una nueva glaciación o algo así 😀
Seguramente algo así ocurra 🙂
Precioso ..